El Presidente Barack Obama ha declarado que Venezuela es un peligro para los EE.UU. y ha dado una Orden Ejecutiva bloqueando las propiedades, fondos y visas de varios jerarcas bolivarianos. Este endurecimiento frente a Caracas debe interpretarse a la luz de la sorpresiva apertura diplomática hacia Cuba, en diciembre del año pasado. Ambas implican una renovada atención norteamericana hacia la región.
La nueva estrategia es inequívoca respecto a Venezuela y constituye una señal para los regímenes bolivarianos y sus apoyos internacionales, como es el caso de Rusia, la China e Irán.
Desde el término de la Guerra Fría, en 1991, América Latina inició un crecimiento económico sin precedentes, que incorporaría al mercado a millones de personas. Siguiendo el denominado “Consenso de Washington”, se adoptaron políticas de austeridad, liberalización, privatización y desregulación en la región, que dieron resultados económicos muy prometedores.
Pasado el entusiasmo liberalizador de los noventa, se desencadenó en Sudamérica una fronda antiliberal y antinorteamericana, inaugurada con la elección de Hugo Chávez como Presidente de Venezuela en 1999. Este desarrollaría una estrecha asociación con Cuba, para resucitar la influencia castrista en las américas a través de la Alianza Bolivariana o ALBA, con “know how” cubano y dinero venezolano.
Siguió a Chávez, en el 2002, “Lula” da Silva en el Brasil, y, de allí en adelante, una cascada de populistas como Dilma Rouseff, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Manuel Zelaya, Fernando Lugo, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, José Mujica, Ollanta Humala o Michelle Bachelet. Estos gobernantes son la prueba palpable de la oquedad del discurso contra el “neoliberalismo” en Latinoamérica, pues son ellos y no los liberales los que vienen gobernando mayoritariamente el Continente desde hace quince años.
Sean anticapitalistas radicales o izquierdistas moderados, todos estos líderes populistas y socialistas buscaron crear un bloque sudamericano contrapuesto a aquel de la OEA, fundada por iniciativa de los Estados Unidos de América en 1948. También se declararon contrarios a la creación de una zona de libre mercado en las américas, liderada por Washington.
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Para consolidar política y económicamente su posición, constituyeron una Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) en el 2008 y una Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en el 2010, esta última actualmente presidida por el ecuatoriano Rafael Correa. En el 2011, el Perú, Colombia, México y Chile, buscaron un paliativo a éstas tendencias, con la fundación de la Alianza del Pacífico, pero sosteniendo al mismo tiempo, esquizofrénicamente, al UNASUR y la CELAC.
Persiguiendo sus objetivos, los líderes populistas bolivarianos fortalecieron sus relaciones políticas con Rusia, la China e Irán, como un desafío a los Estados Unidos de América, pues para nadie es un misterio que Rusia y la China comparten la idea de una política internacional asentada en la multipolaridad igualitaria (“mnogopolyarnost”) que intenta contrarrestar el “poder blando” de los Estados Unidos de América, fundado en la convicción de su excepcionalismo y la misión universal de su ideología.
La mayor presencia política de estos estados euroasiáticos en las américas acarrea inevitablemente consecuencias y fracturas estratégicas de consecuencias globales. Desde un futuro canal interoceánico en Nicaragua, financiado por la China y respaldado por Rusia, hasta la fábrica de fulminantes militares iraní en Venezuela, pasando, desde el 2008, por las amplias giras latinoamericanas de los Presidentes rusos Medvedev y Putin, así como del Canciller Lavrov, América Latina va convirtiéndose poco a poco en el Continente donde Rusia y la China podrían replicar las intervenciones políticas de los EE.UU. en el Viejo Mundo, pero dentro de la esfera de influencia norteamericana del Nuevo Mundo.
Las grandes crisis internacionales en otros continentes y las apuestas estratégicas de los regímenes populistas en América pueden conducirnos a situaciones de conflicto, todo esto en una era donde las rivalidades entre los gigantes euroasiáticos y el bloque atlántico ya son ásperas y abiertas. Es muy probable que las nuevas políticas de los EE.UU. respecto a Cuba y Venezuela busquen asegurarse el Caribe y Nicaragua, promoviendo un cambio de gobierno en todos esos países. Este es el inicio de una nueva partida en el gran juego latinoamericano.
Publicado hoy en el diario digital http://www.altavoz.pe
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