CAMBIO POPULAR

Hasta los noventa el pueblo peruano vivía oprimido por el gigantesco Estado heredado de la dictadura militar. Los generales socialistas habían nacionalizado el 50% de las actividades económicas importantes del país y Centromin, Minero Perú, Hierro Perú, Petro Perú, Pesca Perú, las cooperativas azucareras, el Banco Continental, Banco Central Hipotecario, Banco Agrario, Banco Internacional, Ecasa, etc., son sólo algunos nombres paradigmáticos del control absoluto que el Estado ejercía entonces sobre la economía peruana.

En las Elecciones Generales de 1980, el pueblo eligió con entusiasmo a Fernando Belaunde, con la falsa idea de que votar por quién había sido defenestrado por los golpistas de 1968, era votar contra el socialismo de la dictadura militar. Sin embargo, Belaunde y sus sucesores, de regreso a la jefatura del Estado, descubrieron el país de Jauja. Los miembros de los partidos que no resultaban elegidos, así como los amigos y parientes,  iban a este maravilloso vergel de las empresas públicas, sea como directores o como gerentes, abogados, burócratas, ascensoristas, etc.

La clase política defendía con ahínco la Constitución de 1979, porque era el cerrojo legal que evitaba la disolución del gigantesco y quebrado aparato socialista. Opuestos a toda idea de privatización y decididos a conservar para ellos esta fuente inagotable de poder económico y de clientela política, se convirtieron en una oligarquía improductiva, pragmáticamente socialista y alejada del pueblo.   Ocurrió lo que tenía que suceder: el  Estado se derrumbó en medio del caos. Aferrada al palo encebado e insensible ante el sufrimiento de las grandes mayorías, la clase política se divorció del pueblo peruano.

En 1990, los peruanos, indignados con el colapso general del Estado y frente al vergonzoso espectáculo de las alianzas entre las pretendidas fuerzas renovadoras y los responsables políticos de treinta años de catastróficos gobiernos, no se dejaron engañar. Esta cooptación de nuevos socios para una elite política que sólo hablaba consigo misma, era inadmisible. El pueblo los rechazó democráticamente, eligiendo independientes para Presidente, para congresistas, para alcaldes, etc.

Después de doce años de catastrófica dictadura militar, de diez años de desgobierno civil, de más de 25,000 muertos, de fosas comunes y  pueblos enteros de campesinos arrasados,  de ciudades cercadas, coches bomba explotando y perdidas en las empresas públicas por tres mil millones de dólares anuales, sumadas a la ausencia de reservas, de crédito internacional, a 7,614% de inflación anual y a la evaporación de los fondos del Seguro Social, resultaba imposible, para el pueblo, someterse políticamente a los causantes de este horror indescriptible.
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El sentimiento popular revelaba un profundo cambio cultural y social, más allá del plano puramente  económico. La élite política, agrupada alrededor de teorías políticas y económicas caducas e interesadas, fue rechazada por las grandes masas urbanas y por un campesinado desesperado ante la violencia política. Como todo esto coincidía en el tiempo con el colapso universal del marxismo, la otra ala de la élite, la de la izquierda socialista, se vio despojada igualmente de las posiciones de poder que había obtenido sirviendo obsecuentemente a la dictadura militar.

Era la supervivencia del pueblo peruano lo que, contra el tiempo, se jugó allí; con barbaridades, como la disolución inconstitucional del Congreso, la Cantuta y Barrios Altos o lo visto en los videos del SIN, pero también con aciertos, como la derrota del terrorismo, de la inflación y del socialismo; o la  liberación del espíritu capitalista popular, la demarcación de las fronteras y la creación de los fondos de pensiones. Nada de esto ocurrió en el vacío, así porque así; fue una revolución popular contra un sistema nefasto y opresor, íntegramente impuesto por una dictadura militar y continuado por sus sucesores civiles.

Hoy, transcurridos tan sólo diez años de todos estos acontecimientos, se juzga los noventa bajo el punto de vista de las transgresiones constitucionales y legales, escondiendo adrede el contexto dramático de los hechos y los actores. Se decía de los Borbones que se acordaban de todo y no aprendían nada. Que no se diga de los peruanos que ni recuerdan ni aprenden nada.

 

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